Jardín de Monforte, un "tesoro oculto"
Una larga historia. En sus orígenes se conocía como Huerto de Romero. El marqués de San Juan lo transforma en jardín y la familia Villalonga lo permutó al ayuntamiento en 1970
Casi oculto entre edificios, casi como una mancha desapercibida para el viandante y que se resiste a perder terreno ante las moles de hormigón que la circundan... Así se alza el jardín de Monforte en medio de la ciudad, un oasis urbano protagonista de numerosos titulares en las últimas semanas por razones que nada tienen que ver con las riquezas vegetales que custodia.
"Más allá de la polémica, centrada en el mantenimiento o no de los actuales muros, el jardín es un verdadero tesoro para los valencianos", sentencia Julio Lacarra, presidente de la Asociación de Amigos y Amigas de los Jardines Valencianos (AJAVA).
Poco conocido
Aunque cada día son más quienes lo transitan, sobre todo desde que se ha convertido en sede de las celebraciones civiles de matrimonio, el de Monforte sigue siendo un jardín desconocido para muchos valencianos. "Está lleno de historia. Sus paseos y sus muros han sobrevivido a momentos tan duros como la guerra civil. Merece la pena descubrirlo", refiere el experto.
En realidad, se trata de un huerto-jardín, un espacio originalmente acotado por tapias que no estaba destinado a la producción de vegetales para uso gastronómico, sino al esparcimiento de sus antiguos propietarios. "En la parte destinada al huerto se plantaban sólo exquisiteces, frutos raros y plantas ornamentales. Es una característica de todos los jardines de inspiración mediterránea, aún hoy en día", explica.
En un principio, el espacio se llamó Huerto de Romero, en referencia a su primer propietario. "En torno a 1850, el marqués de San Juan lo compró y construyó un palacete y el jardín, encargando su diseño al arquitecto Monleón. Su finalidad era la de servir de descanso, de lugar de solaz para su familia, no el de habitarlo, añade Lacarra.
"Originalmente, se accedía al jardín desde el palacete, donde unas estatuas en mármol de Carrara de Dante y Séneca, entre otros, recibían al visitante", ilustra el presidente de AJAVA, que aboga por recuperar esta forma de acceso.
El esquema del jardín hunde sus raíces en los orígenes de la civilización surgida al amparo del Mare Nostrum. Una vez dentro, tres espacios bien delimitados se ofrecen al visitante: la Riad, la parte más cuidada del entorno, sembrada de setos y flores que en primavera dan la sensación de ser una alfombra de colores; la Agdal, propuesta como homenaje a la naturaleza en estado puro, sin apenas intervención humana; y la Arsa, la zona dedicada al cultivo, desaparecida en la configuración actual.
No todos estos entornos eran accesibles a los amigos de la familia propietaria. "Junto al palacete se puede visitar aúne el llamado jardín secreto, un espacio privado al que sólo tenían acceso el dueño y sus invitados más especiales. A menudo, sus "invitadas" bromea Julio Lacarra. Quizá para recuperarse de estos momentos más íntimos, el jardín de Monforte dispone, -aún hoy en funcionamiento- de bromas de agua, unos dispositivos ocultos en el suelo y que podían ser accionados a distancia para sorprender a los visitantes con chorros de agua que surgían sin previo aviso.
Abierto al público
"En 1970 la familia Villalonga, propietaria del recinto en ese momento, lo permuta al ayuntamiento por otros terrenos, abriéndose por primera vez al disfrute de todos los valencianos", explica el responsable de AJAVA. En los años 80, tras una restauración del palacete a cargo de Arrieta, éste se cierra al público y se practica una entrada por la parte posterior. "Ya no te reciben Séneca, Dante ni los leones, de los que se dice que iban destinados al Congreso de los Diputados y se quedaron finalmente en Valencia por sus reducidas dimensiones", relata el experto.
"Esto es como una isla de paz que te recarga las pilas. Ahí sigue, a pesar del tiempo. Es una lástima que sólo salga a la luz por la polémica actual", se duele Lacarra, mientras se aleja del recinto, transitado ahora por varios vecinos que aprovechan la tranquilidad del lugar para dialogar sobre el caso Carrascosa y la guerra de Vietnam. Definitivamente, es un jardín distinto.
Miércoles, 20 de enero de 2010
Carmelo Pérez - EL MUNDO - Comunidad Valenciana
Transcripción: Antonio Marín Segovia
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Monforte o el concepto de jardín
María Teresa Santamaría
El jardín de Monforte es el único ejemplo de jardinería histórica que hay en Valencia. Así lo dice el decreto de 30 de Mayo de 1.941 por el que se declara al jardín de Monforte Jardín Artístico Nacional. Artístico, porque se considera una obra de arte. Nacional, porque su importancia trasciende los límites locales, y por ser, como también dice el decreto, uno de los mas bellos y originales de España. Así , que en 1.941 ya se habían dado cuenta de todo esto, y lo incluyeron en una categoría elevada que, si bien es un halago y un reconocimiento para una ciudad, obliga a quienes lo tienen bajo su tutela, a velar para que la conserve las cualidades que le han hecho merecedor de tal distinción.
Winthuyssen (dibujante, pintor y jardinero por vocación y por observación atenta de los jardines) fue encargado entonces de su restauración, y lo primero que hizo fue reflexionar sobre el jardín y escribir sus pensamientos. Así, sabemos que se propuso ser muy cuidadoso y tomarse su tiempo para captar la esencia del jardín, ya que era muy consciente de que el jardín tenía un algo que corría el riesgo de perderse en el curso de la restauración. Sabía que tenía que ser muy respetuoso para que, en sus propias palabras, el jardín no se le escapara de las manos. Lo dibujó, lo observó, lo contempló. A continuación pensó en cuáles eran las cualidades que mejor definían este jardín y que él debía respetar, y las resumió en tres: la ordenación perfecta, la proporción admirable entre todas las partes, y el estado poético que presentaba. Solamente cuando estuvo seguro de haber entendido el jardín puso manos a la obra, según dice en sus escritos, sin querer enmendarlo ni competir con él vanamente. El resultado fue perfecto: hay jardines —pocos— que pueden transmitir una emoción profunda , y éste es uno de ellos.
Han pasado casi 70 años desde entonces, y 40 desde que pasó a ser jardín público municipal, ya que en 1.971 el Ayuntamiento, como nuevo propietario del jardín y con la intención de ampliar su superficie, anexionó una franja de terreno que va desde el portón de entrada nuevo hasta el fondo, trasladando el muro de cierre paralelo a la avenida Blasco Ibáñez. Esta actuación —no dudo que bienintencionada— de entonces ya modificó la perfecta ordenación del jardín. Pero además, al tiempo que nos proporcionaba a los ciudadanos un trozo más de espacio ajardinado, nos privaba de la correcta interpretación y disfrute del espacio al obligarnos a entrar por la nueva puerta y negarnos el acceso original a través del palacete. Cuando se entra por el lugar correcto, a través de la casa, se hace una antesala en el vestíbulo y nos sorprende encontrarnos al frente, a través de la sombra del edificio y enmarcado por él, un jardín de recorte formal y tupido que capta poderosamente la atención. Cuando miramos a la derecha encontramos el patio —uno de los lugares privilegiados del jardín por sus proporciones que dan sensación de intimidad— precedido también por el tamiz de un porche. Y al fondo del patio, sobre unos pocos escalones, la puerta simbólica que da entrada al bosque.
El empeño de los responsables del jardín de negarnos este acceso es incomprensible. Quien no haya visto el jardín a través de esta entrada no ha podido captar la sensación de estar inmerso en una obra de arte.
Es un lugar propicio para la contemplación, y contemplar significa observar con maravilla. Poder vivir ese mundo es un privilegio que todos podemos aprovechar: escuchar el murmullo del agua, el crujir de las hojas secas, el silencio apropiado para leer, para pensar, aún es posible dentro de sus muros.
La reciprocidad que debería tener el jardín con el entorno ya se acabó. El entorno no responde al interior; entonces, ¿por qué abrirlo y evidenciar ese fracaso? ¿Por qué no mantener la ilusión mientras estamos dentro? La estancia en ese jardín es la antítesis de la velocidad y el movimiento, es el tiempo que se detiene por un momento. Y está situado en un entorno repleto de parques, paseos, zonas verdes, y lugares de esparcimiento abiertos, incluido el río. El jardín se puede ampliar con zonas abiertas sin necesidad de desdibujar su contorno murado, y además, los problemas técnicos aducidos hasta el momento tienen soluciones que no pasan necesariamente por tirar el muro. Ha de quedar claro que derribar el muro es una elección por motivos distintos.
Pero yo me pregunto, y pregunto desde aquí, si quienes han decidido o defienden esta opción de reforma, incluidos políticos, vecinos, profesores, intelectuales e instituciones, muy respetables todos en sus profesiones pero quizás poco acostumbrados a reflexionar sobre jardines históricos, han intentado entender el jardín y lo que significa, se han sentado allí un rato a reflexionar como hizo Winthuyssen, y si de verdad creen que abrirlo mas a la calle mejora las cualidades por las que se valora y se conoce en Valencia y fuera de ella y subraya el concepto de jardín que representa. Si no temen que con esta reforma que plantean se les escape de las manos y quede reducido a la condición de otro espacio verde más, o que por lo menos, haya gran merma de la cualidad poética que aún conserva y que nunca debería perder.
El poeta Rilke, dice que los jardines son lugares en los que se cree. ¿No sería mejor que nos creyéramos de una vez —todos, incluidas nuestras autoridades— que tenemos un jardín excepcional que debemos proteger, potenciar, incluir en todas las guías y recorridos de la ciudad, con personal en la puerta que ofrezca información y explicaciones, y que lo valoremos como se merece? Y decir como Rilke: estos son los jardines en los que creo.