QUENAS
Horacio Monge Pineda
Pampas, Tayacaja, Perú
Quenas...
En la ubérrima tarde, ancho oro que se esfuma,
el crepúsculo traza su franja colorida,
y llega a los oídos la nota dolorida
con que tañen las quenas...
La tarde en flor se inhuma
y arriba alza la noche su féretro sombrío.
Quenas...
Gama del alma que trova sus querellas
bajo un jardín de estrellas;
sonatas que destilan las cañas en el frío
en hebras de algún hilo que surge de la Nada
para tejer el poncho de un huayno con que, acaso,
se cubrirá el harapo de un alma destrozada...
Su musical abrazo
trae un mensaje lírico desde la lejanía,
¡Triste cardiofonía
con que late la sierra lacerada
por el monte, el prado y la quebrada,
diluyéndose en alas del paisaje...!
Ante el azul celaje
con que abre su crisálida la aurora,
los arpegios arcanos que la quena desata
enciende en los caminos un pespunte la plata;
leve y evocadora,
ella entreabre las páginas de un historial sagrado.
Y es, cada nota un inca que medita,
o una colla que informe resucita.
A su influjo descorre sus velos el Pasado
y trae sus remembranzas en mágicos dioramas:
fulgentes sortilegios
de Coricanchas regios;
tunas y cactos... sierras donde pacen las llamas
y lánguidas vicuñas que en los claros pastales
pasean como princesas en sus jardines reales;
nevados que acuchillan los velos siderales
y cúspides bravías
donde prenden sus hilos acústicos los ríos,
como el cordaje bronco de una cósmica lira
por entre cuyas asas el ábego suspira...
Y se ve al hijo del Sol radiante en oro
y a las acllas que danzan con donaire y decoro;
y tramontando cimas, como un titán errante,
se ve al chasqui alígero cuyos
ojos han conocido el ayllu de los huancas,
caxamalcas y chancas,
y trae sabor a coca desde los huanucuyos...
¡Quenas, quenas labradas de carrizos de oro!
A su hálito sonoro
renace lo pretérito con renovadas galas
y hay graníticos templos de pulidas escalas
en cuyos capiteles que son cual diapasones
se tamizan sus sones
entre constelaciones
de los limpios rebrillos que da el claror febeo.
Cuando rasgan la entraña del silencio en la puna,
las quenas bañan todo de un efluvio divino:
Cada cima que marca nuevas pautas
de altura,
evoca la figura
de los viejos amautas,
que mascullan las cosas de su infausto destino,
mientras surca su frente la arruga de un camino
azorado y cansino...
¡Cada nota es un lampo desgranado a la luna
que tiembla sobre el grácil copón de cada tuna
cual un hilo de nieve que devana el sonido!
El alma, arrebatada,
es un ave que, acaso, busca en lo etéreo nido;
vaporosa y alada
quiere ascender muy alto con ilusorio empeño,
hasta hallar el palacio donde mora el Ensueño.
Quenas...
Llanto en la tarde que aletea melancólico
sobre la paz durmiente del retablo bucólico,
llamadas que en las puertas del corazón se estanca
y toca en las aldabas sensibles de la mente
muy repetidamente,
brindándose su mano de música doliente...
Sangre hecha melodía, lágrima que se arranca
del sentimiento huanca, del sentimiento andino;
lamento cotidiano bajo el sol meridiano,
bajo la luz en ronda
de rodallas astrales
bajo el arco remoto
de bruñidos cristales
de la pálida Quilla,
cuya haz reverberante
siega nubes viajeras,
cuando el Inti se humilla
tras de las cordilleras
de argénteas celosías.
¡Llanto bajo la lumbre fiel de todos los días!
Padre Nuestro que rezan las piedras seculares,
sinfonía suicida que muere malherida
de su propia tristeza y en los mismos altares
de sus nativos lares.
¡Quenas, flores del alma que cultivó el dolor!
Tienes un sentimiento
que se hunde en nuestras venas como un puñal ignoto
cuando la noche tiende su gran túnica negra,
cuando el ichal no alegra
con las flautas del viento perfumado y remoto;
cuando la niebla posa
como flor de rosa
en los collados cremas listados de altas pitas,
nerviosas de "pichiusas", que desde los magueyes,
telegrafían locas canciones infinitas
a los pacientes greyes
suntuosas y pausadas de renegridos bueyes...
Quenas...
Tal de otro Tampu-Tocco de nuevos simbolismos,
de sus cuatro agujeros surgen cuatro donceles.
Son cuatro notas leves que aprestan sus broqueles
para una lucha heroica librada entre ellos mismos...
Pero ahora todos mueren
cautivos en el huayno sollozante,
¡Ya no hay otro Ayar Manco!
... Y solo entre los riscos, hierática y flotante
como un fantasma blanco,
queda el alma del indio, fugaz... Y en el sendero
ahora más siente, más turbio y agorero,
pues del quinto agujero,
se filtra el alma pétrea, el alma noble y grande
de este hijo amamantado por las ubres del Ande...
¡Quenas, ritmos agrarios, transfusión de pena en la tarde serena!